Mi cafetería.

manugar escribió:Llegué por casualidad.
Buscaba un sitio donde sentarme un rato a descansar y serenar mis pensamientos, cuando al girar una esquina lo descubrí. Allí al fondo de la calle, unas macetas floridas y un cartel luminoso que parpadeó un par de veces, donde acerté a leer “cafetería” me llamaron la atención.
Me acerqué. No era un local lujoso. Sus paredes estaban llenas de viejos retratos con muchas dedicatorias y alguna que otra despedida sin firma. Las lámparas de tubos fluorescentes  iluminaban con su luz fría desde el  techo, ciertamente alto. Aunque por no sé qué misterio, esa luz se iba convirtiendo en cálida según iba cayendo sobre los objetos y las personas que allí estaban sentadas.
Un corrillo de jóvenes acá con su algarabía correspondiente. Una mesa larga de contertulios discutiendo al fondo. Blandiendo libros como si fuera duelos a espada y primera sangre. Libros que juraría eran ediciones del “nuevo testamento”, por un pequeño reflejo que me pareció ser una cruz plateada en el lomo de uno de ellos.
En el otro extremo, varias mesitas con parejitas de enamorados cuchicheando sus cosas. Y junto a la puerta de entrada un par de mesas con mujeres riendo, contando sus cosas y saludando amablemente a todo el que entra.
También a mí, y seguramente por ello aquél ambiente me invitó a pasar.
 
Me senté en un banco corrido, de espaldas a la pared.  No era un sitio principal, pero desde él podía observar a todos cuantos me rodeaban.
Aún no había dejado mi chaquetón sobre el asiento de al lado cuando me vinieron a preguntar si quería tomar algo.
Pedí un café con leche. Muy largo de leche y muy corto de café, con doble azucarillo. Un vasito de agua fresca. Y un trocito de tarta de manzana que la camarera me supo vender muy bien.
-“La hemos sacado del horno apenas hace un rato y sabe a gloria.”-
 
Nada más sentarme,  saqué de mi bolsillo el pequeño cuaderno que llevo siempre encima y sin darme cuenta empecé a escribir. Las ideas se arremolinaban en mi cabeza. Y el bolígrafo difícilmente las perseguía por entre los renglones de las hojas.
Aquél lugar me invitaba a escribir. Y lo hice con gusto.
Cartas de amor, atadas todas con el hilo rojo del deseo.  Pensamientos náufragos metidos con esfuerzo dentro de botellas que eché al mar desde una isla solitaria. Comentarios acertados o equivocados que solo podía refrendar con mi simple sinceridad.
Durante unos meses volví a ese local muy a menudo. Últimamente a diario. Encontrando en sus sillas un hueco confortable. Descubriendo finalmente caras amigas y entablando incluso una relación de bonita amistad.
 
Pero hace poco algo sucedió, un cartel de “Reformas” apareció pegado en el escaparte y en días sucesivos fueron cambiando las sillas, las mesas,  la barra de camareros.  Dejó de funcionar  la máquina del café, el horno de la pastelería. Y la pátina acogedora fue desapareciendo.
Sentarse allí en lo que había sido mi hueco ya no era lo mismo. Así que terminé por no ir.

Hoy alguien me ha comentado:  -“¿Sabes que una tertuliana de la vieja cafetería ha abierto otra igual al otro lado de la ciudad?”-  y con una sonrisa de satisfacción he dicho:  -“¡No me digas!. Esta misma tarde me acerco a ver.”-
 
Y aquí estoy. Me he sentado en estas nuevas sillas. He acariciado estas nuevas mesas. Donde todavía no hay, grabado a navaja las iniciales de nadie. Y trato de ocultar mi alegría cada vez que veo entrar por la puerta la cara de alguien conocido de la vieja cafetería.

Aquí estoy, y en mi vieja libreta he escrito en una página nueva y con letras grandes: Mi cafetería.

manugar escribió:Llegué por casualidad.
Buscaba un sitio donde sentarme un rato a descansar y serenar mis pensamientos, cuando al girar una esquina lo descubrí. Allí al fondo de la calle, unas macetas floridas y un cartel luminoso que parpadeó un par de veces, donde acerté a leer “cafetería” me llamaron la atención.
Me acerqué. No era un local lujoso. Sus paredes estaban llenas de viejos retratos con muchas dedicatorias y alguna que otra despedida sin firma. Las lámparas de tubos fluorescentes  iluminaban con su luz fría desde el  techo, ciertamente alto. Aunque por no sé qué misterio, esa luz se iba convirtiendo en cálida según iba cayendo sobre los objetos y las personas que allí estaban sentadas.
Un corrillo de jóvenes acá con su algarabía correspondiente. Una mesa larga de contertulios discutiendo al fondo. Blandiendo libros como si fuera duelos a espada y primera sangre. Libros que juraría eran ediciones del “nuevo testamento”, por un pequeño reflejo que me pareció ser una cruz plateada en el lomo de uno de ellos.
En el otro extremo, varias mesitas con parejitas de enamorados cuchicheando sus cosas. Y junto a la puerta de entrada un par de mesas con mujeres riendo, contando sus cosas y saludando amablemente a todo el que entra.
También a mí, y seguramente por ello aquél ambiente me invitó a pasar.
 
Me senté en un banco corrido, de espaldas a la pared.  No era un sitio principal, pero desde él podía observar a todos cuantos me rodeaban.
Aún no había dejado mi chaquetón sobre el asiento de al lado cuando me vinieron a preguntar si quería tomar algo.
Pedí un café con leche. Muy largo de leche y muy corto de café, con doble azucarillo. Un vasito de agua fresca. Y un trocito de tarta de manzana que la camarera me supo vender muy bien.
-“La hemos sacado del horno apenas hace un rato y sabe a gloria.”-
 
Nada más sentarme,  saqué de mi bolsillo el pequeño cuaderno que llevo siempre encima y sin darme cuenta empecé a escribir. Las ideas se arremolinaban en mi cabeza. Y el bolígrafo difícilmente las perseguía por entre los renglones de las hojas.
Aquél lugar me invitaba a escribir. Y lo hice con gusto.
Cartas de amor, atadas todas con el hilo rojo del deseo.  Pensamientos náufragos metidos con esfuerzo dentro de botellas que eché al mar desde una isla solitaria. Comentarios acertados o equivocados que solo podía refrendar con mi simple sinceridad.
Durante unos meses volví a ese local muy a menudo. Últimamente a diario. Encontrando en sus sillas un hueco confortable. Descubriendo finalmente caras amigas y entablando incluso una relación de bonita amistad.
 
Pero hace poco algo sucedió, un cartel de “Reformas” apareció pegado en el escaparte y en días sucesivos fueron cambiando las sillas, las mesas,  la barra de camareros.  Dejó de funcionar  la máquina del café, el horno de la pastelería. Y la pátina acogedora fue desapareciendo.
Sentarse allí en lo que había sido mi hueco ya no era lo mismo. Así que terminé por no ir.

Hoy alguien me ha comentado:  -“¿Sabes que una tertuliana de la vieja cafetería ha abierto otra igual al otro lado de la ciudad?”-  y con una sonrisa de satisfacción he dicho:  -“¡No me digas!. Esta misma tarde me acerco a ver.”-
 
Y aquí estoy. Me he sentado en estas nuevas sillas. He acariciado estas nuevas mesas. Donde todavía no hay, grabado a navaja las iniciales de nadie. Y trato de ocultar mi alegría cada vez que veo entrar por la puerta la cara de alguien conocido de la vieja cafetería.

Aquí estoy, y en mi vieja libreta he escrito en una página nueva y con letras grandes: Mi cafetería.

manugar escribió:Jejeje.

(esta nueva web tiene muchos recursos simpáticos. Me gusta.)

Esquizofelia escribió:Estás hablando con alguien que nació en São Paulo, que se siente muy bien en Rio de Janeiro y que ahora es ciudadana del mundo.
No te olvides que Réveillon (así llamamos a la fiesta de final de año) en Brasil hace el calor que jode!  Hasta por necesidad usamos mucho ese color cualquier día.

Esquizofelia escribió:Estás hablando con alguien que nació en São Paulo, que se siente muy bien en Rio de Janeiro y que ahora es ciudadana del mundo.
No te olvides que Réveillon (así llamamos a la fiesta de final de año) en Brasil hace el calor que jode!  Hasta por necesidad usamos mucho ese color cualquier día.

Esquizofelia escribió:Hola Manugar, ¿Sabes cuál es el problema? Tienes que seguir nuestra tradición para que todo vaya bien: Hay que esperar el nuevo año TODO DE BLANCO!!! Y algo también muy importante. Una de las prendas tiene que ser estrenada poco antes de la media noche. No falla nunca.

(Bueno, si lo que cuentas hoy lo hubieses contado ayer... me ponía unas bragas rojas).

Tomb escribió:Manugar, hay que ver como escribes, me encanta leerte.

Pero me falta el emoticón de la colleja para darte una por esto que has escrito

manugar dijo:
El caso es que un día con menos prisas en esta cafetería intentaré acercarme a Tomb a ver si me deja preguntarle qué sentía su alma antes de aquél primer encuentro y cómo vivió aquella experiencia..

Mientras, apáñate con ésta:

manugar escribió:( Tomb, me estás dejando el cuello molido a collejas…  Jajajajajajaja.)

Violetta escribió:Buenos días, Pili. 
Vengo por un café como el de Manu, pero el mío largo de café, corto de leche y sin azúcar. Me urge, Pilita, gracias. A ver si me ayuda a digerir el montón de tamales que me comí. Aysss es que estaban tan buenos.

Violetta escribió:Buenos días, Pili. 
Vengo por un café como el de Manu, pero el mío largo de café, corto de leche y sin azúcar. Me urge, Pilita, gracias. A ver si me ayuda a digerir el montón de tamales que me comí. Aysss es que estaban tan buenos.

Violetta escribió:Nononoooo al rato que entre a mi lap les pongo la foto de mis tamales.  Ese es un burrito, nada que ver con un tamal mexicano.  

Violetta escribió:Claro que no, Tombi. 

Ven que te abrazo.  Nos tomamos otro café? 

manugar escribió:
(¡Pero, hoy por si acaso, me quedaré por aquí pululando por si alguna de estas señoritas quiere sexo en la ciudad!)

Manugar escribió:

¿Recuerdas cuándo descubriste el secreto?.
Yo tenía ocho años y por supuesto todo sucedió durante unas navidades.
Imagino que como todos los niños de aquella época y de mi edad, algo barruntaba desde hacía tiempo. En el colegio había quien decía que le habían dicho sus hermanos mayores que los padres eran los reyes. Otros que juraban haber visto a los propios reyes paseando por su casa. Incluso los menos fiables, aseguraban que los camellos existían porque se habían comido las galletas "Maria Fontaneda" que les habían dejado en la puerta.
En mi caso, nunca me atreví a preguntar directamente a mis padres. Y ellos siguiendo un código de conducta tácito -que tiempo después SI comprendí- tampoco me daban ninguna pista. Simplemente, los Reyes Magos existían y la noche mágica del seis de Enero me traerían el juguete que yo les había pedido en mi carta de navidad… ¡Si me había portado bien durante todo el año!.

Yo no hacía nada más que darle vueltas al asunto. En mi pequeña mente no cuadraba de ninguna manera que tres viejecitos que ya eran "mayores" cuando Jesús nació, todavía anduvieran dándose palizones todos los años viajando en camello desde sus "hogares lejanos" hasta las casas de TODOS los niños buenos del mundo, para dejarles un regalo.
Por comparación, mis abuelos eran las personas más viejas de mi familia que yo conocía y justo ellos eran los familiares que menos visitas hacían a los demás. ¡Eramos los nietos los que teníamos que ir a ver a los abuelos!.
Si esto es así, pensaba yo, lo importante del cristianismo no podía ser que el bueno de Jesús resucitara después de haber recibido el martirio de los malditos romanos, para luego desaparecer para siempre. Lo importante tenía que ser la prueba fehaciente de que tres señores llevaban vivos más de dos mil años.

Con ese reconcome, aquella Navidad puse todos mis sentidos atentos a cada gesto de mi papá, a cada movimiento a mis espaldas, a cada cuchicheo de los mayores, a cada petición fuera de lo común de mi mamá.
Antes de salir de una habitación intentaba memorizar dónde estaba cada cosa, para al volver confirmar si algo había cambiado.
A cada oportunidad, miraba debajo de los sillones, detrás de los muebles como si en la pequeña separación entre ellos y la pared cupiera algo que no fuera más delgado de unos pocos milímetros.
No lo recuerdo, pero estoy seguro de que mi madre más de una vez me diría: "Pero Manolito hijo, ¿Qué buscas detrás de los muebles?."

La noción del tiempo no la tengo clara, pero si, la imagen concreta de la siguiente secuencia:
Al abrir uno de los armarios me fijé que en el estante superior habían tres cajas envueltas en papel de estraza. Me pregunté: ¿Por qué tendrían que haber cajas envueltas dentro del armario?... ¡Ya está, los he pillado!... Pero ¿Qué hago ahora para confirmarlo sin que me descubran?.
Todavía no me explico mi propio comportamiento, pero en vez de romper el papel y ver directamente lo que había dentro de los paquetes, se me ocurrió volver a mi cuarto, coger un lápiz, sacarle una punta muy fina y con él hacer una marca en cada paquete. Tres pinchazos en la esquina de uno. Dos en otro y uno en el tercero. Lo suficiente profundas para marcar la caja de dentro, pero sin que se notasen demasiado en el papel de fuera.
Ahora ya podía relajarme hasta la mañana de Reyes.
Y sí, aquella mañana lo sentí por primera vez. Cuando tiritaba al encontrar los regalos junto a nuestros zapatos, no era por el frío de Enero en la meseta castellana. No era por el nerviosismo de descubrir lo grande que era aquella caja roja de "Juegos reunidos Geyper". Era porque, en efecto, en una esquina de la caja había tres pinchazos que inequívocamente eran míos. Y sobre todo, porque sabía que lo había descubierto por mis propios medios y sin lugar a dudas.
Hoy cuando después de tantísimo tiempo vuelvo a la vieja casa de mis padres y en un viejo armario vuelvo a ver la desvencijada caja de juegos que con cariño guardó mamá, aún busco aquellos tres agujeritos y me emociono.

¿Cómo los descubriste tú?.

manugar escribió:¡¡¡Madre mía que frío!!!

Hasta ahora el saber popular (el refranero) nos decía: “Año de nieves, año de bienes” No sé yo si este año eso se cumplirá, pero desde luego por nieve no será. Está cayendo en Madrid la nevada más copiosa desde hace 44 años. ¡Y sigue!.

Haciendo un esfuerzo de ánimo y abrigo, voy a acercarme a la cafetería, y me pediré un tazón grande de chocolate MUY caliente y unos “churros” (o mejor “porras”) para entonar el cuerpo.

Lo siento Gina, pero solo de ver tu zumo granizado me dan escalofríos.

manugar escribió:

TREMENDO LO QUE ESTA CAYENDO EN MADRID.

Nunca en mi vida había visto tanta nieve cubriendo nuestras calles. ¡Casi medio metro!.
Puede que sea el modo que tiene la naturaleza de CONFINARNOS obligadamente en nuestras casas, pero espero que no sea por mucho tiempo porque este frío va a machacar a los que menos tienen y va a reducir más aún las posibilidades de una recuperación económica ya de por sí difícil.

Por el momento todo cerrado, las calles intransitables (salvo con esquies) y un fin de semana duro, que según cómo haya pillado las despensas de cada familia nos hará pasar un mal inicio de año.

En diciembre solo deseaba un saludable 2.021, pero qué feo se está poniendo todo.