El españolito y la fatalidad

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“Quien para pobre está alistado
lo mismo le da correr que estar sentado”

(Adagio popular español)

La voluntad de Alá se ha convertido para el españolito en la del Dios cristiano o quizás en la de un elemento abstracto que se llama Destino, Sino, Fatalidad…

Uno de los dramas más apreciados del romanticismo se llama “Don Álvaro o la fuerza del sino”; su autor fue el Duque de Rivas y millones de no españoles conocen su argumento a través de la ópera de Verdi: “La forza del destino”.

Don Álvaro quiere a la hija del Marqués de Vargas, que se opone a la boda; cuando va a raptarla, es sorprendido por el padre, Don Álvaro arroja al suelo la pistola que lleva encima, en señal de rendición pero el arma se dispara, matando al padre de su amada. En la confusión que sigue, cree que ésta ha perecido también y se marcha a la guerra de Italia a buscar inútilmente la muerte. Allí le localiza un hermano de la muchacha, ávido de venganza. Don Álvaro se resiste, pero obligado por los insultos del otro, se bate y le hiere mortalmente. Condenado a muerte por el hecho, se resigna, pero un ataque enemigo le permite escapar de la prisión. Huye a refugiarse en un convento español y allí va en buscarle el otro hijo del Marqués. Otra vez Don Álvaro se niega al duelo, pero otra vez es provocado hasta serle imposible evitarlo. Hiere también al adversario, y éste pide confesión.  Don Álavaro se dirige a a llamar a un monje penitente en una ermita cercana… pero resulta que “el monje” es su amada, allí refugiada también desde hace años, para expiar su participación en la desgracia familiar. Cuando el moribundo la ve, cree que ha estado viviendo con Don Álvaro, la llama a su lado y antes de morir le clava un puñal en el pecho. Don Álvaro, enloquecido, insulta a los monjes que llegan aterrados, se proclama así mismo el diablo, y se suicida arrojándose por un precipicio. Su acto, responde a una cierta lógica. Si hay alguien que puede hablar de fatalismo, es sin duda Don Álvaro.

Sin tanto dramatismo, esa actitud es compartida por muchos españoles, quizás por la necesidad  subconsciente de encontrar un pretexto a sus pocos deseos de trabajar. Si está todo escrito, si “el que nace para ochavo no llegará nunca a cuarto” resulta evidentemente absurdo cansarse inútilmente.

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