El Tarabita
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El Tarabita
No apelotonaros y atentos que voy a contar mi vida, pero con la poca memoria que tengo seguro que se quedara en media o en un cuarto de vida.
EL TARABITA
Cuando en una de las veces regrese a España, aquí, en Cataluña, había mucho trabajo, tanto, que en los polígonos industriales parecía que jugaban al baloncesto pues en todas las entradas de las fábricas y almacenes, figuraba el cartel de FALTA PERSONAL.
Llegue en el murciano que le llamaban, aquel tren de los asientos de listones que se te grababan en las costillas después de tantas horas de viaje, y con una locomotora tan lenta que en las cuestas nos daba tiempo a bajar y coger higos, uvas o lo que fuera de las márgenes de las vías.
Eran los principios de los 70 y media España se había desplazado hasta lo que decían había mucho trabajo, pero era trabajos, como pronto comprobé, de peón, de cargar camiones, de manipular y cargar sacos de cien kilos, bruto, de esfuerzo, que para los que venían de trabajar en el campo no era nada nuevo, pero para mí que venía de trabajar en las oficinas de un puerto francés, y que tenía algo de estudios, aquellos trabajos me repelían, porque eso no era lo que buscaba, pero la necesidad de la subsistencia, podía más que mis recelos a esos trabajos.
Y pedí y me dieron trabajo en unas de aquellas fábricas antiguas de un suburbio, y que se caía de vieja, y en la que su director un antiguo seminarista y que hacía de diácono en la parroquia de su barrio, me recibió muy cordialmente, y tras el currículo hablado, me dijo que aunque entraría a trabajar al día siguiente, yo no era idóneo para los trabajos que allí se hacían, y me destino al almacén, a aquello de preparar las salidas de mercancías,, poner etiquetas, organizar paletas con la carretilla. Etc.
Y ya fuera por la buena fe y bondad de aquel director que allí se había refugiado lo más basto y zafio de toda la nueva horda de trabajadores, pocos sabían leer y escribir y usaban de un trato entre ellos ordinario, y como luego supe, me tenía que relacionar aunque poco, lo justo, con expresidiarios, delincuentes rateros, y demás prole porque allí era el único sitio que le habían dado trabajo, y por ser todos del mismo sentir, y ante la falta de autoridad en los mandos, se consideraban los reyes del mundo, y no había nadie que le mandara o le ordenara cualquier trabajo porque se molestaban y contestaban soezmente.
Por mi trabajo apartado de fabricación, no me relacionaba mucho con el personal, pero por lo poco que vi fue que todos respetaba aun grupo dominante que eran el “Tarabita” su jefe, el “Cara cortada”, el “Nervio”, el “Muralla”, y el “Busca nidos” se habían traído los motes del pueblo y se conocían por ellos, no por el nombre,. Envalentonados por la débil personalidad del director, y con su unión, dominaban al resto del personal que hacian lo que estos decidían, y hubieron y protagonizaron episodios para contar propios de una película de torrente.
Un día de invierno se estropearon las estufas de butano, y como pasaban frio y no se las arreglaban, hicieron una gran fogata en medio de la nave, con una humareda que asfixiaba, hasta que el cemento del suelo, hasta que este se calentó tanto que ecploto levantando parte de suelo en muchos troxos pequeños. Gentes variopinta, aquellas, rara, y de reacciones imprevisibles. Tenían crias de gatos metido en las prensas, y de las barbas se colgaban tijeras, cuchillos y cualquier herramienta, y como si fuera la legión enviaban por bebidas a un bar cercano, que tumbaban al más acostumbrado a beber. Una mañana me invitaron porque algo de respeto me tenían, y es que pudiera ser por miedo, o por prudencia, que no intimaba mucho con ellos, y me pegue un trago de aquella mezcla explosiva de menta, ginebra, vino dulce y anís, que estuve toda la mañana como en una nube.
Pero sucedieron muchas cosas en el año largo que estuve en esa loca academia de gentes únicas, hasta hicimos una huelga, liderada por el famoso Tarabita, y la Guardia Civil se puso en la puerta, para que si no entrabamos a trabajar, nos amenazaban con ganas de arrearnos con la culata de los fusibles, Franco estaba en las últimas y había protestas laborales en todos los sitios.
Mañana más juer que es domingo y hay que sacar los niños al parque.
EL TARABITA
Cuando en una de las veces regrese a España, aquí, en Cataluña, había mucho trabajo, tanto, que en los polígonos industriales parecía que jugaban al baloncesto pues en todas las entradas de las fábricas y almacenes, figuraba el cartel de FALTA PERSONAL.
Llegue en el murciano que le llamaban, aquel tren de los asientos de listones que se te grababan en las costillas después de tantas horas de viaje, y con una locomotora tan lenta que en las cuestas nos daba tiempo a bajar y coger higos, uvas o lo que fuera de las márgenes de las vías.
Eran los principios de los 70 y media España se había desplazado hasta lo que decían había mucho trabajo, pero era trabajos, como pronto comprobé, de peón, de cargar camiones, de manipular y cargar sacos de cien kilos, bruto, de esfuerzo, que para los que venían de trabajar en el campo no era nada nuevo, pero para mí que venía de trabajar en las oficinas de un puerto francés, y que tenía algo de estudios, aquellos trabajos me repelían, porque eso no era lo que buscaba, pero la necesidad de la subsistencia, podía más que mis recelos a esos trabajos.
Y pedí y me dieron trabajo en unas de aquellas fábricas antiguas de un suburbio, y que se caía de vieja, y en la que su director un antiguo seminarista y que hacía de diácono en la parroquia de su barrio, me recibió muy cordialmente, y tras el currículo hablado, me dijo que aunque entraría a trabajar al día siguiente, yo no era idóneo para los trabajos que allí se hacían, y me destino al almacén, a aquello de preparar las salidas de mercancías,, poner etiquetas, organizar paletas con la carretilla. Etc.
Y ya fuera por la buena fe y bondad de aquel director que allí se había refugiado lo más basto y zafio de toda la nueva horda de trabajadores, pocos sabían leer y escribir y usaban de un trato entre ellos ordinario, y como luego supe, me tenía que relacionar aunque poco, lo justo, con expresidiarios, delincuentes rateros, y demás prole porque allí era el único sitio que le habían dado trabajo, y por ser todos del mismo sentir, y ante la falta de autoridad en los mandos, se consideraban los reyes del mundo, y no había nadie que le mandara o le ordenara cualquier trabajo porque se molestaban y contestaban soezmente.
Por mi trabajo apartado de fabricación, no me relacionaba mucho con el personal, pero por lo poco que vi fue que todos respetaba aun grupo dominante que eran el “Tarabita” su jefe, el “Cara cortada”, el “Nervio”, el “Muralla”, y el “Busca nidos” se habían traído los motes del pueblo y se conocían por ellos, no por el nombre,. Envalentonados por la débil personalidad del director, y con su unión, dominaban al resto del personal que hacian lo que estos decidían, y hubieron y protagonizaron episodios para contar propios de una película de torrente.
Un día de invierno se estropearon las estufas de butano, y como pasaban frio y no se las arreglaban, hicieron una gran fogata en medio de la nave, con una humareda que asfixiaba, hasta que el cemento del suelo, hasta que este se calentó tanto que ecploto levantando parte de suelo en muchos troxos pequeños. Gentes variopinta, aquellas, rara, y de reacciones imprevisibles. Tenían crias de gatos metido en las prensas, y de las barbas se colgaban tijeras, cuchillos y cualquier herramienta, y como si fuera la legión enviaban por bebidas a un bar cercano, que tumbaban al más acostumbrado a beber. Una mañana me invitaron porque algo de respeto me tenían, y es que pudiera ser por miedo, o por prudencia, que no intimaba mucho con ellos, y me pegue un trago de aquella mezcla explosiva de menta, ginebra, vino dulce y anís, que estuve toda la mañana como en una nube.
Pero sucedieron muchas cosas en el año largo que estuve en esa loca academia de gentes únicas, hasta hicimos una huelga, liderada por el famoso Tarabita, y la Guardia Civil se puso en la puerta, para que si no entrabamos a trabajar, nos amenazaban con ganas de arrearnos con la culata de los fusibles, Franco estaba en las últimas y había protestas laborales en todos los sitios.
Mañana más juer que es domingo y hay que sacar los niños al parque.
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Tropezar una vez no es malo, encariñarse con la piedra sí.
daniel- Mensajes : 2504
Fecha de inscripción : 11/12/2020
A EsquizOfelia, MagAnna, Tomb y a Parzival les gusta esta publicaciòn
Re: El Tarabita
Sí, sí, cuéntanos más cosas de aquella fábrica.
Tomb- Mensajes : 26231
Fecha de inscripción : 07/12/2020
Edad : 34
Localización : Pandora
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