Ruidos y ruidos...

Cerca de mi, y es lo que me ha llamado la atención hoy durante el espectáculo de la mascletá diaria y festiva, una pareja joven con una niña de unos ocho o nueve años, con toda seguridad refugiados ucranianos, por el peinado trenzado de la cabellera rubia de la niña, estaban presentes. Alacant es una de las ciudades de España en donde más refugiados ucranianos hay.

Seguramente no sería la primera mascletá a la que sus padres han llevado a la niña, pero a cada trueno de los grandes, con precaución y de reojo yo miraba a la pequeña, que efectivamente la veía estremecer, pero que soportaba los estruendos sin miedo. Y he pensado si en su mente quedaba algún resquicio de las bombas caídas en su ciudad por orden del impresentable Putin (impresentable como todos los que firman una guerra) y vio el caos a su alrededor y quizás la muerte, mientras que aquí, en esta tierra del Mediterráneo, los potentes ruidos, estremecedores sin duda, hacían vibrar a la gente de felicidad, no ocasionaban muertes ni heridos, ni viviendas derruidas, ni temor, sino alegría sana de una sociedad que sabe vivir y sabe hacer del fuego y del ruido motivo de contento y placer.

*