Ninguna eternidad como la mía.

Quería pertenecer, soñaba con hacerlo y mi mayor deseo siempre fue: "Encajar"

Quería pertenecer al círculo de los frívolos y poderosos, a los que en algún momento creí mis amigos, incluso a mi familia misma.

Soñaba con pertenecer a la manada, ser parte de algo o de alguien. Pertenecer, siempre pertenecer.

Deseaba encajar con lo que me parecía perfecto e inmaculado. "Encajar, siempre encajar. Todo se trató de eso".

La realidad es que nunca encajé, nunca me hicieron parte de, jamás.

Y en mi desespero, en la agonía misma de mi soledad callada, muriendo literalmente de amor. Me encontré de pronto en el infierno, entre los marginados, los raros, los oscuros, los extraños, los olvidados, pero por sorpresa tampoco fuí del todo feliz.

Para mí no había diferencias entre los unos y los otros, todos estaban rotos. Principalmente yo, estaba hecha cachitos. Pero pocos o casi nadie se atrevía a decirlo. Principalmente por miedo, por orgulloso, por una ridícula soberbia, temblando hasta el final, ante el terror de ser discriminados.

Y fue en el purgatorio que me encontré de pronto viviendo una condena de la cual no era del todo responsable.

Durante esa travesía conocí a Virgilio, entre otros muchos seres mágicos y eternos.

Y fue entre el infierno y el purgatorio que me dí cuenta que sólo a mí me pertenecía, a mí me debía primeramente todas las explicaciones y las disculpas.

Los demás o los demás, al igual que yo éramos daños colaterales.

Yo, solo yo me pertenezco y vuelo entre aquellos que se pertenecen también, siendo dueños de si mismos. Entre seres que no pertenecenn a lo común ni a lo ordinario, a esos que hacemos lo que pocos se atreverán.

Siempre eternos.

Gracias, Martha, por estar aquí y compartir con nosotros tus pensamientos.